viernes, 26 de noviembre de 2010

OBSESSĭO




Obsesión proviene del término latino obsessĭo que significa asedio. Se trata de una perturbación anímica producida por una idea fija, que con tenaz persistencia asalta la mente. Este pensamiento, sentimiento o tendencia aparece en desacuerdo con el pensamiento consciente de la persona, pero persiste más allá de los esfuerzos por librarse de él.

Sin embargo, aunque podamos referirnos con este término a un trastorno psicológico más o menos grave, también podríamos denominar obsesión a esa extraña mezcla entre ilusión, perseverancia, fascinación, aturdimiento, deseo, inquietud y admiración que nos da por sentir a veces por determinadas personas o personajes. Así, podríamos sentirnos obsesionados por Bono, Russell Crowe, Bruce Springsteen, Meryl Streep, Stephen King, Shakira, Messi, Fernando Alonso, Barak Obama, Orlando Bloom, Nicole Kidman, Norman Foster, Natalie Portman, Pep Guardiola, Corinne Bailey Rae. Puede ser cualquiera. También puede tratarse de un amor de infancia, de un vecino, de la profesora de inglés de nuestro hijo, de aquella persona que nos presentaron en una fiesta y con la que apenas intercambiamos unas palabras, de alguien con quien nos cruzamos en el metro o en el supermercado del barrio siempre a la misma hora. Cualquiera de ellos puede atraparnos y dejarnos colgados de nuestra obsesión por ellos. Ellos lo ignoran, y su única culpa es la de ser ellos mismos,  cruzarse en nuestra vida ocasionalmente, y aparecerse en nuestros pensamientos y deseos muy a menudo, demasiado a veces. Pero esa obsesión no tiene por qué ser negativa o destructiva. A veces podemos reconducir esa obcecación, esa admiración desmesurada. Es posible hacer que ese hechizo irracional se convierta en un aliciente, en un estímulo creativo, en un motivo para empezar cada nuevo día con ilusión y fuerza. Quizás podamos escribir un diario numerando y detallando las ocasiones en que los hemos visto, en sueños o no; quizás nos recreemos mirándolos, escuchándolos, leyéndolos; quizás hagamos todo lo posible por emularlos de alguna forma, y en la medida en que nos resulte posible o asequible, escribiendo, actuando, proyectando, cantando, sonriendo. Ideamos posibles encuentros imposibles con ellos, hacemos real la irrealidad. Conseguimos así que, aunque ellos ignoren nuestra existencia, o la alta consideración en que los tenemos, pasen a formar parte de nuestras vidas de alguna forma. Transformamos nuestra obsesión en creatividad motivadora y, lejos de considerarnos perturbados, nos sentimos más felices. Porque… nunca se sabe: quizás algún día lleguemos a cruzarnos con ellos realmente, en la tienda donde trabajamos, en un concierto, en otra fiesta, en un congreso, en un atasco, en el supermercado. Y entonces, llegado el gran momento, nos sentiremos pletóricos, entusiasmados, exultantes, y muy pero que muy orgullosos de estar absolutamente preparados para la ocasión. Gracias a nuestra sana y efectiva obsesión.

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